domingo, 6 de junio de 2010

My Bloody Mary

Desde una edad tirando a temprana siempre hizo lo que le dio la gana. Vivía en un tercero de una casa vieja en el centro de la ciudad con su madre y sus dos hermanos y le gustaban mucho los insectos, especialmente las cucarachas y las polillas. A veces las encontraba por su casa en Madrid, sobre todo en verano. Desde que era muy pequeña movía las cortinas del salón y con una sonrisa de medio lado reía mientras las grises mariposas sobrevolaban por encima, incluso abría ligeramente la boca para que entrara el polvo, le daba fuerzas para volar, pensaba. Porque ella siempre pensó que podía volar, sólo que aún estaba aprendiendo. En sus sueños ya sabía, y recorría de noche la ciudad, le gustaba alejarse y recorrer las zonas oscuras, donde no se pudiera divisar su sombra. Los sueños eran tan claros, tan bien construidos y perfectamente recordados, que nunca sabía que había pasado a un lado y al otro, y sus días eran un cúmulo de sensaciones fuertes, de sentimientos a través de los cuales aprehendía el mundo y lo que está más allá.

No hablaba mucho, más bien era de carácter distraído. Tenía el pelo negro, rizado y le gustaba llevarlo muy corto, odiaba peinarse. Sin embargo, le encantaban las muñecas. Como era la única niña entre sus hermanos, su madre muy ilusionada le había comprado una gran colección al ver como sonreía ante los escaparates. Ella pasaba muy entretenida las tardes despiezándolas y mirando con atención las partes del cuerpo fragmentadas, las piernas por un lado, los brazos por el otro, las cabezas ¡que placer! Luego ordenaba cuidadosamente las piezas en los cajones, cada parte del cuerpo con su gemela. Su madre no pudo evitar llorar cuando vio los troncos de las barbies, sin extremidades ni cabeza, perfectamente dispuestos en el cajón de los juguetes.

Aún así, era una niña amada, no muy risueña, pero tremendamente querida por su madre, por sus hermanos que no imaginaban que pudiera haber otra manera de vivir y escuchaban atemorizados por las noches sus historias sobre los seres que vuelan con ella por la ciudad, buscando los lugares oscuros donde las sombras no se proyectan.

A eso de los trece le vino el primer periodo. Su madre se percató de las primeras manchas de sangre, no se extrañó mucho de que su hija no le hubiera dicho nada y se preparó mentalmente para el discurso de ya eres una mujer. Cuando llego a su cuarto, la encontró dormitando sobre las sábanas blancas, había manchas rojas intensas, sin secar. Una extraña sonrisa de medio lado recorría la cara de María. En la pared había una frase pintada con la sangre de su menstruación que decía: Aunque aún no lo sepas tú también eres abyecto.

1 comentario:

  1. Hola! :-)
    Qué bien que estés por estos espacios. Yo también te invito a mi blog:
    http://mrspleasedtomeetyou.blogspot.com/

    Besos!

    Elena.

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