jueves, 10 de marzo de 2011

A veces te pensé como parte de mi cuerpo
y uno no se plantea vivir sin piernas o sin brazos
ni tan siquiera se despide de las uñas o de los pelos
(...)
Luego me di cuenta
que las piernas,
los brazos
las uñas
y
los pelos
son solamente míos

jueves, 22 de julio de 2010

Caramel

Cine clásico de Hollywood y Suzanne Vega: combinaciones irresistibles

lunes, 14 de junio de 2010

Las fieras de la antigüedad tardía

Siempre pensó que estudiaba un tema un tanto anodino. Sin ningún atractivo para el resto de la gente, personas que no fueran su activo director de tesis o incluso él mismo, que a fuerza de costumbre e imaginación había conseguido interesarse por aquella pléyade de voces de obispos, casi santos y medio romanos que poblaban las fuentes de la antigüedad tardía. Todo estaba tranquilo, la vida era rutinaria y segura, hasta que ella llegó al departamento. Fue la primera persona, salvo su director de tesis y él mismo, al que le interesó su tema, pero no de una manera convencionalmente académica como al resto de sus colegas que a veces le preguntaban de manera educada por sus investigaciones, sino que le interesó de manera apasionada.

Al principio detectó preocupado que todos los libros que solía utilizar para sus diversos artículos y para su tesis desaparecían de los polvorientos estantes de la vetusta biblioteca universitaria. Por fin una mañana divisó a la nueva doctoranda en uno de los rincones de la sala entre las pilas de libros, “sus” libros, muy concentrada leyendo y apuntando con verdadera fruición. Ella llevaba un vestido de lana apretado y un moño alto que recogía su cabello cobrizo dejando que las líneas de los hombros muy dibujadas. Él vestía pantalones de pana y camisa de rayas. La miró unos segundos bastante desconcertado, cuando se dio la vuelta para dirigirse hacia su habitual rincón de la biblioteca, sintió su trasero observado por su ardiente mirada.

El día de su intervención en el seminario, ella estaba sentada en primera fila. Durante los treinta minutos de su exposición escuchaba atenta, cruzaba y descruzaba las piernas despacio y se mordía el labio. Él, habituado a la abstracción y el ascetismo, pudo concentrarse sin problemas; pero durante las preguntas, cuando ella levantó la mano, la mandíbula le tembló ligeramente al cederle la palabra. Haciendo un alarde de saber estar, erudición y perfecto conocimiento del tema, la voz suave de ella reflexionó sobre el discurso de Claudiano ante el foro de los romanos demostrando sus capacidades sobre la materia, él se quedo en blanco sin poder argumentar la nueva propuesta de datación que ella de manera acertada, o no, le brindaba. Sólo pensaba en sus labios y en su ardiente mirada a través de sus gafas de pasta.

El lunes siguiente, cuando salía muy tarde de la facultad, la vio a lo lejos en el pasillo. Casi como un autómata y de nuevo con la mente en blanco, se dirigió hacia las formas cálidas y redondeadas que podía imaginar tras los libros y carpetas que ella llevaba. Sin pensar en otra cosa que en sus suaves labios empezó a recitar de memoria, ya muy cerca de su rostro, los nombres de todos los obispos, casi santos y medio romanos que durante tres años llevaba leyendo, la lista era larga. Ella no le rehuyó ni un poquito, por el contrario, parecía gustarle más y más a medida que los nombres se sucedían unos a otros, y se mordía el labio y abría mucho los ojos quitándose la gafas. La voz clara de él paso a ser un sensual susurro de nombres de vándalos y visigodos, y con una naturalidad como innata introdujo su cabeza en la brillante melena de ella, hasta llegar a la oreja, susurrando, y empezó a morderla y a introducir con cuidado la lengua.

Los gemidos de las fieras de la antigüedad tardía resonaron por los pasillos vacíos de la facultad, de vez en cuando, entre los gritos de placer se podía escuchar ¡Alarico! ¡Ambrosio! ¡Zósimo! Salieron abrazos por una de las puertas laterales, sus pasos derretían la nieve. Ella le dijo bajito: ardo en deseos de asistir a tu lectura de tesis y poder discutirla en profundidad, más tarde.

martes, 8 de junio de 2010

Una vida dentro de ella


Que aún no tiene nombre, ni está registrado o socializado. No tiene DNI ni tarjeta de crédito.

Sólo sabemos que se mueve, que tiene cabeza porque esta dura y la noto con mi mano. También tiene piernas porque da patadas y un corazón que late.

También sabemos que la tiene a ella, que lo lleva, que lo cuida, que lo alimenta. Y también me tiene a mi, que lo toco, lo hablo, lo beso, lo siento…

domingo, 6 de junio de 2010

My Bloody Mary

Desde una edad tirando a temprana siempre hizo lo que le dio la gana. Vivía en un tercero de una casa vieja en el centro de la ciudad con su madre y sus dos hermanos y le gustaban mucho los insectos, especialmente las cucarachas y las polillas. A veces las encontraba por su casa en Madrid, sobre todo en verano. Desde que era muy pequeña movía las cortinas del salón y con una sonrisa de medio lado reía mientras las grises mariposas sobrevolaban por encima, incluso abría ligeramente la boca para que entrara el polvo, le daba fuerzas para volar, pensaba. Porque ella siempre pensó que podía volar, sólo que aún estaba aprendiendo. En sus sueños ya sabía, y recorría de noche la ciudad, le gustaba alejarse y recorrer las zonas oscuras, donde no se pudiera divisar su sombra. Los sueños eran tan claros, tan bien construidos y perfectamente recordados, que nunca sabía que había pasado a un lado y al otro, y sus días eran un cúmulo de sensaciones fuertes, de sentimientos a través de los cuales aprehendía el mundo y lo que está más allá.

No hablaba mucho, más bien era de carácter distraído. Tenía el pelo negro, rizado y le gustaba llevarlo muy corto, odiaba peinarse. Sin embargo, le encantaban las muñecas. Como era la única niña entre sus hermanos, su madre muy ilusionada le había comprado una gran colección al ver como sonreía ante los escaparates. Ella pasaba muy entretenida las tardes despiezándolas y mirando con atención las partes del cuerpo fragmentadas, las piernas por un lado, los brazos por el otro, las cabezas ¡que placer! Luego ordenaba cuidadosamente las piezas en los cajones, cada parte del cuerpo con su gemela. Su madre no pudo evitar llorar cuando vio los troncos de las barbies, sin extremidades ni cabeza, perfectamente dispuestos en el cajón de los juguetes.

Aún así, era una niña amada, no muy risueña, pero tremendamente querida por su madre, por sus hermanos que no imaginaban que pudiera haber otra manera de vivir y escuchaban atemorizados por las noches sus historias sobre los seres que vuelan con ella por la ciudad, buscando los lugares oscuros donde las sombras no se proyectan.

A eso de los trece le vino el primer periodo. Su madre se percató de las primeras manchas de sangre, no se extrañó mucho de que su hija no le hubiera dicho nada y se preparó mentalmente para el discurso de ya eres una mujer. Cuando llego a su cuarto, la encontró dormitando sobre las sábanas blancas, había manchas rojas intensas, sin secar. Una extraña sonrisa de medio lado recorría la cara de María. En la pared había una frase pintada con la sangre de su menstruación que decía: Aunque aún no lo sepas tú también eres abyecto.

jueves, 27 de mayo de 2010

para A. y nuestros afectos

Lamiendo tus lágrimas con cuidado

lágrimas de soledad

que saben a casas ya por otros ocupadas

que saben a mañanas,

iluminadas por el sol a través de cortinas rojas

y a sombras en las paredes blancas.

Lamiendo tu cuerpo con cuidado

perdida en la imaginación.